LA POLITICA DEL POPULISMO O LA HORA DE LA DEMAGOGIA

Con motivo del inicio de las campañas políticas (1999), en casi todos los sectores políticos se ha desatado un intempestivo ataque a las políticas de liberalización económica, emprendidas por los dos gobiernos surgidos de las urnas, desde el retorno de la democracia a nuestro país.

Este ataque ni siquiera intenta enmascarar sus intenciones en análisis racionales de la situación económica del país, sino más bien, basa su sustentación en la pasión, los silogismos, las verdades a medias, la demagogia pura y simple y, por último, pero no menos importante, en un estilo muy nuestro de ver conspiraciones en todos lados.

Debido a que por razones profesionales he tenido la suerte y la desdicha, de poder analizar con detenimiento muchas de estas, aparentes razones, para mantener en el país un sistema paternalista y populista, me siento sumamente preocupado por el nivel de desinformación que veo permanente en todos los medios de comunicación con relación a estos temas. Y, lo que más me asombra, es cómo muchas de estas noticias son tratadas sin el más mínimo esfuerzo de parte de quienes las reproducen, para confrontarlas con opiniones versadas en la materia.

La génesis de toda esta desinformación está en varias partes de nuestra realidad política, económica e histórica, Primero, tenemos a los intereses afectados por los cambios en las políticas públicas que tradicionalmente los beneficiaban en detrimento de los sectores más populares de nuestra nación. Segundo, tenemos a los izquierdistas criollos que se han quedado sin sustento ideológico, lo que los ha motivado a atacar todo aquello que implique un avance de la libertad del individuo frente al Estado, poniéndolos paradógicamente, en alianza con los grupos más conservadores y mercantilistas de nuestra sociedad. Y, tercero, tenemos la gran cantidad de panameños que, inocentemente, han sido víctimas por más de 65 años de la repetición de falsedades absolutas, las que con el tiempo se han convertido en silogismos que confunden a muchos en sus análisis.

Por lo anterior, he querido analizar los temas más populistas de las campañas políticas que nos tocará vivir en los próximos días. Hago esto con el ánimo de contribuir al debate de altura de los temas. No me motiva defender ninguna de las candidaturas presidenciales ni ninguno de los partidos políticos, puesto que no pertenezco a ninguno. Dicho esto, procedo brevemente a comentar los tópicos más polémicos por falta de espacio para comentarlos todos. Veamos:

Los aranceles. He leído y escuchado todo tipo de posturas solicitando el aumento de los aranceles, especialmente para los productores agrícolas. Si nos preguntamos qué son los aranceles, podemos contestar que son impuestos que pagan los consumidores ya sea al comprar un producto importado o al pagar el precio que los mismos le permiten al productor nacional imponer. En definitiva, se trata de pagar más por algo, a fin de permitir que alguien siga produciendo de forma ineficiente. El argumento de que los precios no bajan a pesar de la reducción arancelaria es absurdo. Si los precios no bajaran los productores no necesitarían los aranceles, ya que le seguirían comprando al mismo precio. Es más, en este mismo periódico hemos podido leer la noticia que indica una rebaja de más del 30% en el costo de la canasta básica en San Miguelito (de B/. 220 a 154).

Ahora bien se preguntará el lector ¿qué sucede cuando hay dumping o subsidios o prácticas monopolísticas? Bueno querido lector, la Ley le permite al productor defenderse contra todas estas prácticas, pero lo tiene que hacer probándolo y no sólo alegándolo. En Panamá, gracias a esta legislación, la industria del azúcar ha podido subir los aranceles de 15% ad-valorem a 50% ad-valorem, al poder probar sin lugar a dudas la existencia de prácticas desleales de comercio internacional en los mercados de la azúcar. Igual hazaña se puede lograr contra prácticas monopólicas por parte de los distribuidores, si es el caso, pero no alegándolo sino probándolo, tal como lo ha hecho la Industria del azúcar.

Por último, el tan cacareado aumento arancelario para el sector agrícola no contribuirá para nada a la política económica del país. En efecto, cualquier candidato que gane las elecciones no podrá cambiar los aranceles antes de septiembre del año venidero, tiempo suficiente para que nuestros agricultores hayan cambiado los rubros que producen o mejorado su eficiencia. En ambos casos, un aumento arancelario será una medida tardía para un problema inexistente y ya resuelto, produciéndose únicamente un impacto negativo para el consumidor.

Las privatizaciones. El otro tema favorito de los populistas es el de las privatizaciones de empresas y servicios públicos. En este caso los populistas se dividen entre aquellos que no están de acuerdo en privatizar lo que ellos llaman empresas “rentables” y aquellos que piensan que si cumple una función social no debe de pagarse más por el servico y este sólo puede ser hecho por el Estado.

En el primer caso, nos encontramos frente una de esas grandes falsedades y demagogias políticas de nuestros tiempos. ¿Qué significa rentable? ¿que el Gobierno recibe dividendos?, lamento informarle a aquellos que piensan así que lo que puede significar rentable para el Gobierno, no necesariamente significa que sea rentable para la Nación. En efecto, cuando se trata de monopolios mal manejados con servicios deficientes, en donde el consumidor no se puede quejar y no tiene derechos, en donde hay una burocracia excesiva, producto de clientelismo político, solamente podemos hablar de rentabilidad para los políticos (razón por la cual la mayoría se inclina a no privatizar nada), ya que la Nación sufre pérdidas irreparables ante la falta de competitividad que significa no tener los mejores servicios posibles al menor precio. Esto sólo es posible mediante inversiones millonarias que el Gobierno Nacional no puede llevar a cabo. Por ende, el traspaso al sector privado de la actividad permitirá que se lleven a cabo estas inversiones. Y, lo que es más importante, el consumidor tendrá mecanismo legales y regulatorios para enfrentarse a estas empresas y para que cumplan con sus obligaciones.

Incluso en sectores como las telecomunicaciones, en donde ha habido una enorme crítica por el aumento de las tarifas sin, supuestamente, la correspondiente mejora en el servicio, podemos notar que las inversiones en el sector en los últimos años han crecido sustancialmente, lo que ha permitido una mejora sustancial de la calidad del servicio y el acceso al mismo de numerosos panameños, que antes no les ponían teléfono, además de lograr servicios que hace poco no existían, tales como los celulares e internet (dos áreas en dónde ya no existe monopolio). Es más, en el año 2003, los panameños podremos votar con nuestra cuenta, castigando a Cable & Wireless si consideramos que no nos ha brindado el servicio adecuado, puesto que el sector estará completamente abierto a la libre competencia.

En el caso del IDAAN, en contra de cuya privatización ya se han pronunciado la mayoría de los candidatos presidenciales, la cosa es incluso más demagógica. Sólo una minoría de panameños tiene servicio de alcantarillado, pero todos pagamos la misma cuenta, generándose un subsidio de los pobres a los más ricos. Lo que es más, una cantidad de cerca del 25% de los panameños no reciben agua potable y más del 50% no tiene alcantarillado, y de los que lo tienen, las aguas servidas no son tratadas, por lo que vivimos frente a una bahia contaminada. La solución a todos estos problemas requiere de inmensas inversiones, susceptibles de venir del sector privado, permitiéndo que el Estado dedique sus recursos a temas más urgentes como la salud, la educación y la pobreza.

La competencia. Por alguna razón difícil de explicar, los panameños vemos con malos ojos tener que competir. No obstante esta situación, la realidad es que el desarrollo de los países está basado, fundamentalmente, en los niveles de eficiencia que llega a desarrollar en todas sus actividades sociales y económicas. El subdesarrollo en que aún se encuentra nuestro país, obedece en gran medida a la ineficiencia que encontramos en una variedad de actividades nacionales. En efecto, los panameños nos hemos acostumbrado a la mediocridad y falta de eficiencia en asuntos que afectan nuestro diario vivir, tales como el transporte, el suministro de energía eléctrica y hasta la forma en que nos atienden los dependientes de algunas empresas. Aparte de ser un inconveniente en nuestra vida diaria, estas ineficiencias conllevan un costo de órden económico, que hacen que sectores de nuestra economía que podrían crecer de manera importante no lo hagan, o que, aquellos que ya son exitosos, pierdan competitividad en el mercado internacional.

La mejor fórmula que existe para que las actividades económicas sean eficientes es la competencia. Sin ella no existe un verdadero incentivo para mejorar. Tambien hace falta competencia para lograr aprovechar nuestros recursos de la forma más rentable posible. En efecto, los recursos de un país son limitados y, de la forma que los utilicemos, lograremos un mayor o menor grado de desarrollo y bienestar para la población. Si estos pocos recursos los invertimos en producir de manera ineficiente, el resultado será mediocre. Pero si invertimos estos recursos en los sectores donde el país cuenta con ventajas comparativas, obtendremos mejores resultados debido a que podremos expandir los mercados a los cuales vendemos nuestros bienes y servicios. Y, la única forma real de determinar dónde y cuáles son nuestras ventajas comparativas es permitiendo que el mercado funcione en libre competencia, sin distorsiones del Estado o de empresas que actúen con prácticas monopolísticas.

Pretender que el Estado (es decir, los políticos) en su inmensa sabiduría determinen qué debe producir el panameño, generando distorsiones en el mercado (tales como subsidios, incentivos, proteccionismo, etc.), nos llevará a más de lo que hemos tenido en casi toda nuestra vida republicana: pobreza y desempleo.

Por todo lo anterior, es necesario que el panameño no se deje engañar por cantos de sirena e identifique a sus líderes en base a su capacidad de liderazgo y no a través de su capacidad demagógica o de diatriba. Por el bien del país y, sobre todo de los más pobres, hay que hacerle ver a los políticos, a traves de nuestro voto, que la politiquería del populismo y la demagogia dejaron de tener clientela en nuestra Nación.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En la búsqueda del amo bueno

EN SALUD, ES EL MONOPOLIO ¡ESTÚPIDO!

LIDERAZGO BASADO EN AUTORIDAD: OTRA REVOLUCION