LIDERAZGO BASADO EN AUTORIDAD: OTRA REVOLUCION

Para gobernar con éxito, hay que saber ejercer la autoridad y no el poder. Parafraseando a Max Weber, el poder es la capacidad de forzar o coaccionar a alguien, para que éste, aunque preferiría no hacerla, haga la voluntad del poderoso debido a su posición de fuerza. Mientras que autoridad es el arte de conseguir que la gente haga voluntariamente lo que tú quieres debido a tu influencia personal.

Ahora bien, lo anterior no quiere decir que para gobernar, en ocasiones, es necesario ejercer el poder. Sin duda, cuando no existe forma alguna de lograr, mediante el uso de la autoridad, que voluntariamente se lleven a cabo ciertas acciones, entonces el gobernante debe ejercer el poder. Pero, al hacerlo debe explicar porqué lo hace y cuál es el bien común que lo ha obligado a llegar a ese extremo. Si no explica, como hemos visto con gobiernos anteriores, se comienza a perder la autoridad.

En la administración que acaba de pasar, el ejercicio del poder se llevó a cabo de manera indiscutible. Desde el Ejecutivo las señales eran claras y fulminantes. O se hace lo que yo quiero o habrá consecuencias negativas para el que no lo haga. Así, vimos cómo desde temprano en esa administración, todo aquél que se movía, no sólo no salía en la foto, sino que era perseguido y expulsado de todos los círculos de poder.

Este efectivo ejercicio del poder logró controlar y mediatizar muchas instancias de la sociedad y del gobierno. El bochornoso ejemplo de lo sucedido en la Asamblea Legislativa, en donde un grupo de legisladores de oposición se pasó al oficialismo, demostró lo efectivo del uso del poder, no sólo mediante la amenaza, sino también mediante el premio. A este tipo de actuación le llamábamos astucia, la cual infundía temor, en particular de parte de aquellos cuya vivencia dependía del Estado.

Realmente, esta forma de ejercer el poder es bastante primitiva. Se trata de la metodología de la coerción. “Si no haces esto, te perseguiré”. Ese tipo de acción no tiene nada de astuto. Es bastante simple y hasta un niño lo comprende y lo usa en sus juegos. Por eso, el ejercicio del poder no logra inspirar y generar la cooperación voluntaria que un verdadero liderazgo requiere para hacer caminar a una nación.

Y es que, hasta ahora, desde que yo tengo uso de razón, el gobierno se ha ejercido con el poder. Tanto en el período dictatorial como en el de la democracia. Ese era el ejemplo y esa era (y aún es) la fórmula que la sociedad panameña consideraba como “liderazgo”.

En cambio, es a través de la influencia personal que se ejerce la autoridad. Esa influencia personal se logra, sobre todo, con el ejemplo. Por esto, la dirección que ha dado el Presidente Torrijos, en el sentido de establecer transparencia en todos sus actos, comenzar a actuar con austeridad, exigirles metas y cumplimiento a sus subordinados, es el primer paso para lograr gobernar por autoridad y no por poder.

De mantenerse este estilo, y no tengo ninguna duda de que así será (esta fue una de las razones de mi apoyo a Martín), creo que la política en Panamá cambiará y será mas dura para los mediocres y demagogos. Esto va a constituir una revolución política de igual magnitud que la generada con la democratización del P.R.D. Este cambio cualitativo en la política nacional dejará en el camino la bandera de la anticorrupción como propuesta política. A esa propuesta le pasará lo mismo que la propuesta que contrastaba dictadura con democracia, se quedará en el pasado. Ante este cambio, el futuro es el de propuestas serias para el desarrollo y la equidad.

En la mayoría de los países desarrollados, el funcionamiento del gobierno va íntimamente ligado a ese proceso de liderar con la autoridad que da el ejemplo. Se trata del primer paso hacia una sociedad desarrollada y probablemente el mas importante. En efecto, los países que se desarrollan no siempre adoptan políticas parecidas. Más bien lo que hacen parecido es dejar de aplicar las políticas cuando estas demuestran que no son eficientes. Esto sucede porque el debate político está basado en la autoridad y no en la imposición del poder. Esto hace que la discusión sea más racional y menos “esotérica” y demagógica, como sucede en nuestro medio (y otros países de nuestro entorno).

Si la oposición política no se da cuenta de esta realidad pronto, su futuro será incierto y la institucionalidad del país puede sufrir (es necesaria una oposición). El debate político se moverá hacia propuestas (visiones) contrastantes de cómo desarrollar el país. En eso radica la democracia y el desarrollo, en el debate amplio, abierto y legítimo de las ideas. No radica en la uniformidad de ideas (o visión, como algunos quieren llamarlo), ni en la imposición de las mismas, sino en ser íntegro con la propuesta y liderar con el ejemplo. Es decir, gobernar con autoridad y no con poder.

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