LAS LEYES DE LA NATURALEZA Y LOS POLÍTICOS

Creo que no existe nadie en el mundo que pueda negar, hoy en día, que la naturaleza tenga leyes inexorables y que, de estas leyes, las que conocemos, las hemos descubierto utilizando algún método científico y racional.

Algo que no parece entender algunas personas es que dichas leyes también afectan la naturaleza humana. Son leyes que nos permiten discernir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo que nos conviene de lo que no. Estas leyes vienen impresas en nuestra conciencia, son consustanciales al ser humano y anteriores a él y las “descubrimos” racionalmente. Sea un Dios o no el que diseñó estas leyes, los seres humanos podemos discernir la existencia de ellas.

Producto de lo anterior, la interacción de los seres humanos entre sí, guarda una estrecha relación con estas leyes naturales. Cuando la organización social en la que vivimos respeta dichas leyes, esta recibe el apoyo de todos y genera justicia, libertad y apertura. Cuando pasa lo contrario, entonces se originan conflictos, autoritarismos, injusticias y cerrazón. Este tipo de sociedades puede prosperar por un período corto de tiempo, pero siempre acaban destruyendo todo lo que han construido.

Lo que acabo de describir ha estado sucediendo por mucho tiempo en América Latina. Tenemos una organización social que limita las opciones del ciudadano, que le impide escoger lo que más le conviene, que genera privilegios, que con argumentos supuestamente basados en un deseo de mejorar la realidad económica de las personas, se les hunde más.

En Panamá, debido al avance que estamos teniendo en varias áreas de nuestra sociedad, con más ejemplos de éxitos en muchas de las actividades humanas, está quedando cada vez más en evidencia las limitaciones institucionales y gubernamentales que tenemos. Si los políticos no logran darse cuenta de esto y cambian el mensaje por uno dirigido a ser efectivos en los cambios que quiere la población, uno consustancial con nuestra naturaleza humana, nuestra democracia corre el riesgo de caer en la tentación totalitaria de los populismos de izquierda.

Por lo anterior creo que estamos frente a un punto de inflexión en nuestra nuestro proceso democrático. Los panameños esperamos resultados concretos de nuestros líderes. Resultados ya. El liderazgo necesario para lograr estos resultados, si no surge de nuestros líderes actuales, puede surgir de manos de un “iluminado” destructor de nuestra incipiente democracia. Esto sucedió en Alemania y el pueblo alemán acabó eligiendo a Hitler, en Italia sucedió lo mismo con Mussolini, y ahora está sucediendo en varios países de Latino América con los iluminados y súper hombres regionales.

Entre los problemas que requieren atención inmediata para lograr que, dentro de nuestra democracia tengamos una sociedad más justa e incluyente, se encuentran los temas de justicia, salud y educación. Y es que cada uno de estos temas tiene una incidencia directa en la viabilidad de nuestras instituciones políticas.

En el caso de la justicia, se trata de construir sobre la legitimidad del sistema. Y es que no puede haber un régimen democrático real sin Estado de Derecho funcional. Y no puede haber Estado de Derecho sin una administración de justicia rápida, imparcial, impartial, capaz e independiente. Y esto no lo tenemos en la actualidad. Nuestro régimen jurídico, así como su administración, es arcaico. El énfasis en lo formal, las decisiones contradictorias, los conflictos de interés y la demora en las decisiones hacen que el sistema pierda legitimación a los ojos del ciudadano común.

En lo que se refiere a la salud pública, la muerte por incapacidad, negligencia e indolencia de cientos de panameños, primero en el hospital oncológico y ahora con el dietilen glicol y las condiciones inhumanas a las cuales deben someterse los pacientes, no se soluciona con la misma gente en su propio ambiente, como han venido a proponer con la creación de la ANAS. Lo que hace falta es un sistema que haga responsables a los proveedores de estos servicios de sus actos. Que su vida profesional dependa del resultado de su labor y no de presiones gremiales o gamonales políticos. Y esto sólo puede lograrse si es el ciudadano el que decide dónde recibir su servicio de salud.

He dejado de último la educación, porque es este el pilar del desarrollo y del funcionamiento apropiado de la democracia. Un pueblo educado se equivoca menos y se deja llevar menos por cantos de sirena. Pero como nuestra calidad de educación deja mucho que desear (a veces se enseña eslóganes y no ciencia ni metodología), este es probablemente el riesgo mayor para nuestra democracia. Y, nuevamente en esto, ningún cambio sobre la base de más de lo mismo, resolverá el problema. Hay que adoptar mecanismos que les otorguen el poder de elección a los padres de familia.

Termino haciéndoles un llamado a nuestros políticos profesionales. De todos los partidos y tendencias democráticas. Tomen liderazgo que el pueblo está listo para apoyar las reformas sinceras que permitan que despeguemos. Si no lo hacen por ese pueblo, háganlo por la propia supervivencia política de ustedes, pero ¡háganlo!

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