EL CAMBIO QUE NECESITAMOS

Durante un viaje a Japón, vi en la televisión un reportaje acerca de la preocupación que tenía el gobierno de ese país porque sus estudiantes estaban perdiendo competitividad frente a otros países asiáticos. Identificaban el desconocimiento del inglés como una de las causas de esta falta de competitividad.

Como es tradicional en la cultura japonesa, enviaron delegaciones a investigar qué países del mundo habían logrado que sus estudiantes aprendieran inglés rápidamente. Identificaron a Singapur como el más exitoso en este esfuerzo y como modelo a seguir.

Explicaban en el reportaje que, a finales de los años 60 del siglo XX, Singapur hizo que las clases en las escuelas públicas fuesen dadas en inglés por un día completo (todas las materias), hasta que poco a poco, pasaron a hacerlo todos los días de la semana (en Singapur el inglés es el idioma en el que se comunican las distintas etnias, ya que se hablan cuatro idiomas distintos).

El gobierno japonés estaba estudiando la posibilidad de incorporar un programa parecido, haciendo que se impartieran todas las clases en inglés hasta tres días a la semana. La periodista que conducía el reportaje entrevistó a una maestra y le preguntó qué opinaba de esta posible política educativa. La maestra contestó que le parecía bien, porque lo importante era que los estudiantes en Japón fuesen los mejores y más competitivos del mundo.

Ante esta respuesta, la periodista le preguntó que si ella hablaba inglés, contestando la maestra que no. Como era julio (verano), por lo que los estudiantes estaban en vacaciones, la reportera le preguntó a la maestra cómo iba a hacer ella para poder cumplir con esta nueva política una vez entrara a clases. A lo que la maestra contestó que tendría que aprender a hablar inglés rápidamente.

¡Caramba! Pensé ¡igualito que en Panamá! ¿Podrían nuestros gobernantes impulsar una reforma de esta naturaleza sin una huelga magisterial? Quisiera pensar que sí, pero me choco con la realidad del liderazgo gremial. Obviamente que el cambio que necesitamos en Panamá, no sólo requiere de un liderazgo fuerte con voluntad política para impulsar reformas que hagan de nuestro país uno mejor, sino que también requerimos que quienes se han convertido en un obstáculo para lograr los cambios, pongan los intereses del país por encima de privilegios y mal llamadas “conquistas” gremiales.

En esencia se trata de volver a lo básico: aceptar y reconocer que el objeto de la educación es un estudiante educado competitivamente; el de la salud: es el de servir al paciente y prevenir al ciudadano; la del transporte: servir eficientemente al pasajero; y, la del Gobierno, es la de garantizar justicia, seguridad, educación y salud de calidad, efectiva y eficiente al ciudadano, del cual es un servidor.

Estas funciones básicas del Gobierno han sido completamente descuidadas por nuestros gobernantes, a la vez que han multiplicado de forma increíble las funciones y oficinas públicas para temas que no guardan relación con estos asuntos básicos. Por ejemplo, el gobierno central cuenta con 16 ministros (algunos sin ministerio) y con más de 40 instituciones entre descentralizadas y empresas públicas.

Mientras tanto, la constante, en todos los gobiernos de la democracia, ha sido el nombramiento hemorrágico de ministros de salud, educación y gobierno y justicia, los cuales, con honrosas excepciones, han sido nombrados no por sus capacidades, sino por su cercanía al mandatario de turno o a su partido. En otras palabras, estos han sido los ministerios de la demagogia y la mediocridad, premio para políticos desfasados o incapaces.

Otro tanto ha sucedido con la Corte Suprema de Justicia, en donde también hemos tenido que sufrir de situaciones similares, lo que ha generado una desconfianza general hacia el sistema, destruyendo el fundamento esencial de la democracia: el Estado de Derecho y el imperio de la ley, a pesar de los recientes esfuerzos por mejorar la percepción.

Es menester regresar a lo básico: proveer seguridad, justicia, educación y salud de forma eficiente, oportuna y competitiva. Es por eso que la propuesta de Ricardo Martinelli es la correcta y la que la población está favoreciendo. Y es que, en cuarenta años de gobiernos de los principales partidos del país, estos se olvidaron que si el gobierno no provee estos servicios básicos, todas las otras iniciativas exitosas tienen pie de barro, porque no están sustentadas en bases sólidas ni en instituciones.

En parte el olvido obedece a los “amarres” gremiales y de intereses que limitan la acción de estos partidos. Por esto, el pueblo se ha dado cuenta que requiere elegir a alguien que llegue con las manos sueltas y con la voluntad de hacer los cambios que necesitamos. Uno que no le importe ser tildado de loco, por querer que un mejor Panamá le llegue a todos.

Publicado en diario La Prensa, 18 de febrero de 2009

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