Libertad e igualdad

LIBERTAD E IGUALDAD El pasado lunes 31 de julio, la Dra. Catalina Botero dictó una conferencia en la que hablaba de los Derechos Humanos y la discriminación. Su disertación, aunque corta, fue brillante y muy ilustrativa. Por ejemplo, para ponernos en perspectiva explicó que las convenciones internacionales a las que se han sometido voluntariamente los Estados en materia de Derechos Humanos, surgen como una reacción a las atrocidades cometidas durante la segunda guerra mundial y que, en esencia, lo que pretenden es salvaguardar la libertad y la igualdad de las personas ante el Estado. Esta dicotomía conceptual, libertad e igualdad, son la esencia de las discusiones de los derechos humanos en las sociedades modernas y, también, lo que viene definiendo las posiciones ideológicas de las personas. Usualmente, aquellos que se definen de izquierda, suelen primar la igualdad sobre la libertad y, los que se definen de derecha, hacen lo propio a la inversa. Por eso, los conservadores que normalmente tienen serios problemas con el sexo, desconocen la igualdad cuando de sexo se trata; y los socialistas, que tienen un atavismo similar con el dinero, se olvidan de la libertad cuando de repartir el dinero ajeno se trata. Cualquier sociedad que se incline con fuerza a una u otra opción, acaba teniendo conflictos, corrupción, ineficiencia y falta de productividad e innovación. En las sociedades en las que predominan los valores conservadores desde el Estado, es decir, en donde se imponen valores morales o religiosos a través de la ley, los niveles de conflictividad son exponenciales y la colisión entre la diversidad y la uniformidad es enorme (no hay igualdad ante la ley para el que piense distinto, ni libertad para actuar distinto). Suele ganar la uniformidad y el atraso. Ese estado de cosas fue lo que dejó atrás la ilustración y las grandes revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX. Hoy en día, de los países más atrasados del planeta son los que viven sujetos a teocracias o a estados confesionales (incluso algunos que dicen no serlo, en los hechos lo son). La razón es simple, se mata la creatividad y se impone el miedo. En las sociedades en las que se restringe la libertad utilizando como justificación la superioridad intelectual de los gobernantes de saber qué es mejor para su población, como es el caso de los modelos socialistas, el resultado es aún peor. Allí la lógica de un monopolio de la razón desde el poder (similar al de los estados confesionales) y de la bondad desde el poder, acaba generando corrupción, asignación equivocada de recursos y fin de la creatividad y de la innovación. El único camino viable es el de la libertad y el de la igualdad. En ese ambiente, la persona humana logra desarrollar su proyecto de vida, la búsqueda de su felicidad, lo que le interesa en su fuero interno, y en esa búsqueda acaba empujando a toda la sociedad, ya que promueve la inventiva, estimula la competencia, genera asignación correcta de los factores de producción y se respetan los derechos humanos. En Panamá, como en muchos otros países de nuestra región, nuestra arquitectura de poder permite que aquellos que se sienten con una posición intelectual o moral superior a los demás, les impongan su modelo de vida. No existen los balances necesarios para proteger la minoría más importante en toda sociedad: el individuo. Esos balances son sistémicos y no de personas como algunos piensan. En otras palabras, no es verdad que los pueblos de Latinoamérica tengamos un déficit de hombres buenos o de ángeles para dirigir la cosa pública. Esos ángeles no existen en ningún país, lo que tenemos es un déficit en nuestra arquitectura de poder que impida la maldad, el despilfarro, el abuso y la corrupción y que genere la responsabilidad individual (accountability) de los gobernantes o del propio gobierno. Para logar que sistemas así se entronen en nuestros países, necesitamos pensar bien nuestra arquitectura del poder de forma holística y no casuística. Es mediante esta fórmula que primarán los derechos humanos en nuestras sociedades, se incrementará la libertad individual y se castigará la discriminación. El autor es vicepresidente de la Fundación Libertad

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